The Killing, oda al desasosiego


Cuatrocientos catorce días después, los seguidores de The Killing ya sabemos quién mató a Rosie Larsen. El misterio que comenzó como una de las revelaciones de 2011 se ha resuelto sin el revuelo y la expectación que sí crearon sus tramas o sus personajes. Buena parte de culpa la tendrá las antipatías que despertó la renovación de la serie,  que provocaron numerosas críticas ante el consiguiente aplazamiento de la resolución del enigma. Yo fui una de las que se sintió estafada, especialmente por la sensación de «innecesario alargamiento» que algunos capítulos provocaron. Me planté en la segunda temporada para ver qué pasaba y aunque los creadores volvieron a jugar descaradamente al despiste, la serie recupera en los últimos capítulos, más o menos a partir del octavo, cierto ritmo y cierta claridad. Resuelto el misterio y con la renovación en el aire, The Killing se ha despedido con grandeza, dejando en el aire la melancolía propia de los destinos especialmente crueles.

El final de la serie es redondo,gracias entre otras cosas a un último capítulo que regresa al inicio de la historia, nos revela cómo fue el último día de la vida de Rosie, y devuelve a algunos personajes al punto de partida inicial. Las diferentes líneas de la investigación, la difícil situación en las vidas de Sarah Linden y Stephen Holder y la contínua lucha en la que se hayan los Larsen cada día, se combinan con la, muchas veces calificada «innecesaria», trama política, que tras salir de la autocompasión se desplaza hacia la corrupción y la falta de escrúpulos. Sin embargo, no puedo olvidar los continuos desvíos que ha tomado la investigación. Al comienzo de la segunda temporada se planteaba un nuevo posible responsable de la muerte de la joven, la mafia que Stan trató de dejar de lado en su juventud, un peligro del que no queda rastro antes de llegar a la conclusión final. No es la repentina desaparición del problema lo que me molesta, sino la intermitencia con la que se han utilizado éste y otros argumentos.

Otro de los defectos de la serie es que, aunque el espectador tiene la sensación de haber vivido mucho con los protagonistas, la acción avanza a razón de capítulo por día de investigación, y por momentos el espectador tiene la sensación de conocerlos desde hace más tiempo, con la frustración que conlleva la falta de resultados. La acostumbrada elipsis, tan propia del cine y algo menor en la televisión, desaparece y hace que «la gracia» de la serie resida en vivir con todos los implicados en la investigación el día a día de la misma, con sus pruebas fallidas y sus víctimas, los falsos culpables, las preguntas sin respuesta, los silencios. Y aunque se asuma que el ritmo de la serie es ese, a veces no se puede evitar pensar en la necesidad de tantos detalles, especialmente en los momentos familiares de Linden o la excursión de Mitch, y en la ausencia de verdaderas razones para alargar el metraje, que no la investigación.

Pero si por algo resulta recomendable The Killing es por el magnífico trabajo de un elenco de actores que hasta hace poco más de un año eran casi desconocidos. Con Mireille Enos y Joel Kinnaman al frente, tan «mortales» en esta segunda temporada, cabe destacar la impresionante actuación de Brent Sexton y Michelle Forbes, los padres de Rosie, así como el trabajo de Joel Kinnaman, candidato a la alcaldía, y Jamie Ann Allman, tía de la fallecida, que por cierto ya realiza un trabajo muy destacable en The Shield. Así que si bien la serie en su conjunto puede que no pase a la posteridad, encontrará en los amantes de los personajes que también viven en el mundillo seriéfilo unos justificados fanáticos, al igual que a todos aquellos a los  que les gusta dejarse engañar, de vez en cuando. Quizá también a aquellos que tristemente sorprendidos, descubrimos la importancia de la burlona casualidad.

The Killing, el oscuro encanto del misterio y del dolor


Hace tiempo me convencí de que el dolor, la tristeza y el miedo resultan más inspiradores, y más expresivos, que la alegría o la felicidad. Quizá nazca ahí mi capacidad de enamoramiento para con los dramas y mi continua insatisfacción frente a las comedias. Así que una vez escogido el género sólo queda decidir el espacio en el que se desarrollarán ese cúmulo de sentimientos, que ciñéndonos a la costumbre, bien se pueden reducir a tres, los  abogados, los médicos y los policías. El derecho, la medicina, la justicia. De no ser por la pasión que siento por la vida de Alicia Florrick, antes podía decir que «mi ficción» se situaba un poco más allá, en el campo de football, en el circo, en el contrabando. Ahora ya no. Vuelvo a patrullar. Con el dolor, la tristeza y el miedo que The Killing impone.

Después de vivir seis meses en Santiago de Compostela juré que nunca viviría en un lugar en el que los días de sol  son más que los de lluvia. Sin embargo mi curiosidad por Seattle supera su humedad, sus chubascos y sus nubarrones. Olvídense del edulcorante que hasta los edificios parecen rezumar en Grey´s Anatomy y sumérjanse en los frondosos y verdes bosques del Estado de Washington, asómense al desapacible Océano Pacífico y recorran las calles siempre frías, habitualmente grisáceas. De allí es de donde pretende escapar Sarah Linden, una detective de homicidios a punto de reescribir su historia en la soleada California, donde pretende mandar Darren Richmond, un concejal con aspiraciones a alcalde, o donde apaciblemente vivían los Larsen, una familia normal con un negocio de mudanzas. Pero el futuro de todos ellos se ve trastocado por la muerte de la joven Rosie Larsen, asesinada a sangre fría y con violencia por alguien que, aún, campa a sus anchas por la ciudad.

Aunque pueda parecerlo, The Killing no es una serie más sobre desapariciones y asesinatos adolescentes, no es Twin Peaks, como tampoco es Without a Trace o cualquier serie similar que se os pueda ocurrir. Porque a esta serie, basada en la producción homónima para la televisión danesa estrenada en 2007, le envuelve la oscuridad y el desasosiego, le marca la ausencia de elipsis y le sustenta una fotografía que se adecua a las circunstancias; al bosque, a la casa de los padres, a la oficina del concejal… No te ahorra el dolor materno, ni la impotencia paterna o la incomprensión de unos hermanos que ven como pierden a sus padres además de a su hermana. Conoces, aunque en ocasiones uno se pregunta porqué, la impotencia que siente Darren Richmond, que es lo mismo, aunque no es igual, a la que siente Sarah,o te preguntas que esconden Terry, tía de la fallecida, Stephen, compañero de Sarah, o Belko, amigo de la familia.

De la versión «original», producida por la televisión pública danesa, sólo se conserva la banda sonora, creada por Frans Bak. Según lo leído y comentado, más allá de que la primaria durase 20 episodios y la de la AMC sólo 13, las licencias de guión son varias, aunque desconozco si el final correrá la misma suerte. Es merecedor de comentario, y quizá de reconocimientos, las interpretaciones que el conjunto de los actores llevan a cabo, pero si tengo que elegir, me quedaría con Mireille Enos, que parece haber nacido para ser una apesadumbrada detective o con Brent Sexton, que despierta en mí los mismos sentimientos que el Jimmy Markum de Mystic River. En The Killing no hay sonrisas, no hay alivio, no hay sol. No hay mañana, no hay sueños, no hay color. Sólo preguntas, sentimientos encontrados y dolor.

Y habrá respuestas que provocarán aún más dolor.