Juan Manuel y el rancio clasismo cultural


Dentro de unos meses, cuando los medios de comunicación se pongan a hacer balance del 2019, es bastante probable que también se entretengan mirando un poco más atrás y analicen la década que cerraremos. Es ley de vida, ley de click, y lo único que podremos hacer será dar las gracias porque (otra vez) no nos toca despedir un siglo. En esos resúmenes con lo más florido y granado de la segunda década del siglo XXI tendrán un lugar propio las series, que durante estos años han pasado de ser un pasatiempo televisivo a ser una forma de entretenimiento más. El matiz del cambio está en el dispendio que el espectador está dispuesto a hacer por las ficciones serializadas, en la trascendencia cultural de las mismas y en el espacio que han ido ganando en diversos ámbitos de la vida. Cambios que hace unos años nos habrían parecido inimaginables y que ahora vemos como lo más normal porque la tecnología, y otros factores que ahora no vienen al caso, los han hecho posibles.

La transformación de las series de televisión en un producto cultural respetable, y en algunos casos digno de admiración, no ha llegado sin embargo a todos los ámbitos de la sociedad, y todavía hay quién desde su atalaya moral desprestigia a aquellos que como forma de ocio tienen sentarse frente a una pantalla a ver capítulos de una ficción. Algunas producciones se han convertido en asignaturas de universidad, son carne de exitosos seminarios y jornadas avaladas por entidades culturales e incluso han contribuido a que miles de espectadores conozcan mejor la Historia. Pero todavía queda quien, para desmarcarse de lo que señala como una moda, descalifica el producto, y con ello a quienes que lo consumen.

El último ejemplo de este clasismo cultural lo encontramos ayer, con una columna que corrió como la pólvora en las redes firmada por el escritor Juan Manuel de Prada. Con el título de ‘Chernóbil’, el escritor vasco comentaba sus impresiones sobre la conocida serie de HBO y Sky que en los últimos meses ha sido objeto de loas y críticas por parte de espectadores de todo el mundo. Una audiencia entre la que hemos podido encontrar novelistas como Stephen King, creadores como David Simon así como diversos expertos en la materia que narraba, en la historia de la URSS o en física nuclear.

Más allá del evidente retraso de la columna, porque esa semana de la que él habla queda casi tan lejana como el frío invierno, las palabras de Juan Manuel no destilan otra cosa que no sea desprecio por todos aquellos que hemos aplaudido y disfrutado con la producción. Y lo hace desde el clasismo más rancio, arrancando con un altivo “las series se han convertido en el libro de los que no leen”. Que haya “sesudos estudios” que indiquen que las series han restado tiempo de lectura a espectadores aficionados a la literatura no significa que hayamos dejado de lado la ficción escrita. Porque si el éxito de plataformas como Netflix o HBO fuera inversamente proporcional al nivel de lectura de la población estarían cerrando editoriales en todo el mundo y, como bien sabe él, no es así.

Las perlas del escritor continúan señalando el “bajísimo nivel de exigencia” de los “consumidores bulímicos de series”, para pasar a un engolado comentario sobre una producción de la que no destaca nada. Los personajes son presentados con una “facha realmente horrenda”, están horriblemente construidos y no “generan empatía en el espectador”, la historia es manipulada burdamente y sus planteamientos resultan “chistosos”. Todo mal y nadie, excepto Juan Manuel, ha sido capaz de verlo porque, como bien sabemos, él es un experto en la historia de la URSS, en el accidente de Chernóbil y, especialmente, en la ficción audiovisual que con tanto clasismo repudia y tan ridículamente analiza.

Solo él sabe a cuento de qué viene ahora zumbarle a una producción de la que casi nadie habla ya porque, como predica, los caprichosos y descerebrados amantes de la ficción serielizada ya estamos buscando otra producción que glorificar y con ‘Chernobyl’ tenemos el trabajo hecho desde hace semanas. Tal vez sea porque a pesar de sus libros, sus columnas y sus colaboraciones, también necesite cubrir su cuota de “hacedme casito”, la misma que demandaban aquellos que insistían en desprestigiar la producción porque no estaba rodada en ruso. Esa que reclaman aquellos que llegan tarde a un evento, tipos incapaces de dejar pasar la oportunidad que les da una columna semanal de vomitar su (ya) innecesaria opinión sobre el tema. El pan nuestro de cada día de señores que insisten en ver los fenómenos culturales que les son ajenos como el «pan y circo» de un pueblo incapaz de distinguir lo que es la excelencia cultural de lo que es una moda ridícula.

Cualquier aficionado al cine o la música sabe de lo que hablo, si disfrutas con superproducciones llegadas de Hollywood no mereces el mismo respeto que si te gusta el Dogma danés, y si te gusta el pop tienes menos cerebro que aquellos que se han decantado por el rock. El clasismo cultural ha existido siempre y tal y como llegó tuvo que desaparecer, porque el Dogma danés y las superproducciones, el pop y el rock han contribuido a construir el legado cultural de las generaciones que nos precedieron. Y dentro de unas décadas será imposible mirar atrás sin reconocer el peso que la ficción televisiva ha tenido en la formación cultural de millones de personas en todo el mundo.

Hasta hace no demasiado era el fútbol el que cargaba con el sanbenito de ser el opio del pueblo, ese entretenimiento que solo sirve para desatar lo peor que llevamos dentro y hacernos olvidar lo verdaderamente importante, sea lo que sea eso. Ahora, tal vez, sigue siéndolo, pero menos, porque el fútbol se coló en las universidades, en las tertulias y en las librerías de la mano de Valdano y otras cuantas plumas que supieron unir su pasión por unos colores a la escritura. Eso Juan Manuel lo sabe bien, porque él ha escrito libros y columnas en las que el fútbol son el centro de atención. A diferencia de nosotros, él no se encontró con aquellos que con su misma soltura pudieron decir que el fútbol quitaba tiempo a actividades mucho más culturales como la literatura, los museos o el cine. Él no dio con clasistas que, con la superioridad moral reservada a las personalidades más rancias, desprestigiaban su ocio y su inspiración simplemente porque no lo entendían o porque no formaban parte de él.

Qué suerte la tuya, Juan Manuel.

Deja un comentario