Una de miniseries: Generation Kill.


Mi único consuelo ante el retraso por ver esta series es que todos conocéis a alguien que se puso a ver algo de David Simon y lo dejó. Hace unos años, después de terminar The Wire busqué su creación más cercana (en el tiempo) y salió Generation Kill. Me dormí en el segundo capítulo, el primero me pareció un coñazo, con perdón, y en aquella época no tenía demasiadas ganas de guerras absurdas. Lo dejé. Afortunadamente la guerra de alguno me llevó a volver a plantarme frente a esta producción de 2008 basada en el libro homónimo del periodista de la Rolling Stone, Evan Wright. Afortunadamente.

Porque a pesar de la impresión inicial, Generation Kill no malgasta ninguno de los sesenta y cinco minutos que duran cada uno de los siete episodios y consigue que el espectador se introduzca, desde el comienzo, en una guerra de la que todos conocemos su desenlace. Sin embargo Simon no trata de llevarnos a un final, sino que trata de dibujar con detenimiento el camino que se recorre hasta llegar a la meta. Y lo hace, como siempre, con credibilidad y brillantez, con personajes perfectamente descritos, sin pasado y con futuro, pero con un guión que no siempre se ajusta a lo esperable. Nos encontramos entonces con señores que hacen la guerra apelando a excusas poco creíbles, a aquellos que llevan a la lucha a soldados para los que la violencia hace tiempo que era un modo de vida y apelan a la semántica cuando las reglas de la guerra no se ajustan a sus acciones.

Son escalofriantes los personajes como Trombley, Billie Lush, y Ray, uno de los actores fetiche de David Simon, James Ransone. Al igual que los del Capitán América y Sixta, Eric Nenninger y Neal Jones respectivamente, por su frialdad, su torpeza, la omnipresente violencia que desprenden, llevando a sus propios soldados a tener la certeza de que no será el enemigo quien acabe con ellos, sino sus propios mandos. Capítulos como el tercero y el quinto son episodios excepcionales que combinan acción, incertidumbre y sorpresa (por lo surrealista de las situaciones) a partes iguales. Personalmente no puedo evitar decir que, la serie en general y esos capítulos en particular, le dan mil vueltas a la alabadísima y premiadísima The Hurt Locker (En Tierra Hostil), ambas estrenadas en verano de 2008.

El recién descubierto (no veo True Blood, obviamente) Alexander Skarsgard, consigue darle a «Iceman» Colbert la proporción justa de serenidad y compromiso, en un evidente intento de no hacer de un patriota alguien irracional. Por el contrario, es un personaje tranquilo que sin aspavientos asume que no es el guerrero que todos creen ser cuando terminan la academia, sino un simple obrero semicualificado al que envían en una misión que, resultados aparte, no les preocupa demasiado. El valor de las interpretaciones, unidas a una interesante recreación de los escenarios y el correcto debut de Simon en escenas de acción (bélicas se entiende) hacen de Generation Kill una de las miniseries más interesantes de los últimos tiempos y un producto imprescindible para los amantes del género o del autor.

David Simon tiene la «extraña» capacidad de llevar a la pantalla la realidad, tal cual es, sin parches, sin florituras, sin azúcar. La realidad amadrinada por la HBO y apadrinada por grandes guionistas, que más allá de premios y reconocimientos, trabajan para acercar la objetividad de los hechos a todo aquel que los quiera conocer. Una vez más.

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