Juan Manuel y el rancio clasismo cultural


Dentro de unos meses, cuando los medios de comunicación se pongan a hacer balance del 2019, es bastante probable que también se entretengan mirando un poco más atrás y analicen la década que cerraremos. Es ley de vida, ley de click, y lo único que podremos hacer será dar las gracias porque (otra vez) no nos toca despedir un siglo. En esos resúmenes con lo más florido y granado de la segunda década del siglo XXI tendrán un lugar propio las series, que durante estos años han pasado de ser un pasatiempo televisivo a ser una forma de entretenimiento más. El matiz del cambio está en el dispendio que el espectador está dispuesto a hacer por las ficciones serializadas, en la trascendencia cultural de las mismas y en el espacio que han ido ganando en diversos ámbitos de la vida. Cambios que hace unos años nos habrían parecido inimaginables y que ahora vemos como lo más normal porque la tecnología, y otros factores que ahora no vienen al caso, los han hecho posibles.

La transformación de las series de televisión en un producto cultural respetable, y en algunos casos digno de admiración, no ha llegado sin embargo a todos los ámbitos de la sociedad, y todavía hay quién desde su atalaya moral desprestigia a aquellos que como forma de ocio tienen sentarse frente a una pantalla a ver capítulos de una ficción. Algunas producciones se han convertido en asignaturas de universidad, son carne de exitosos seminarios y jornadas avaladas por entidades culturales e incluso han contribuido a que miles de espectadores conozcan mejor la Historia. Pero todavía queda quien, para desmarcarse de lo que señala como una moda, descalifica el producto, y con ello a quienes que lo consumen.

El último ejemplo de este clasismo cultural lo encontramos ayer, con una columna que corrió como la pólvora en las redes firmada por el escritor Juan Manuel de Prada. Con el título de ‘Chernóbil’, el escritor vasco comentaba sus impresiones sobre la conocida serie de HBO y Sky que en los últimos meses ha sido objeto de loas y críticas por parte de espectadores de todo el mundo. Una audiencia entre la que hemos podido encontrar novelistas como Stephen King, creadores como David Simon así como diversos expertos en la materia que narraba, en la historia de la URSS o en física nuclear.

Más allá del evidente retraso de la columna, porque esa semana de la que él habla queda casi tan lejana como el frío invierno, las palabras de Juan Manuel no destilan otra cosa que no sea desprecio por todos aquellos que hemos aplaudido y disfrutado con la producción. Y lo hace desde el clasismo más rancio, arrancando con un altivo “las series se han convertido en el libro de los que no leen”. Que haya “sesudos estudios” que indiquen que las series han restado tiempo de lectura a espectadores aficionados a la literatura no significa que hayamos dejado de lado la ficción escrita. Porque si el éxito de plataformas como Netflix o HBO fuera inversamente proporcional al nivel de lectura de la población estarían cerrando editoriales en todo el mundo y, como bien sabe él, no es así.

Las perlas del escritor continúan señalando el “bajísimo nivel de exigencia” de los “consumidores bulímicos de series”, para pasar a un engolado comentario sobre una producción de la que no destaca nada. Los personajes son presentados con una “facha realmente horrenda”, están horriblemente construidos y no “generan empatía en el espectador”, la historia es manipulada burdamente y sus planteamientos resultan “chistosos”. Todo mal y nadie, excepto Juan Manuel, ha sido capaz de verlo porque, como bien sabemos, él es un experto en la historia de la URSS, en el accidente de Chernóbil y, especialmente, en la ficción audiovisual que con tanto clasismo repudia y tan ridículamente analiza.

Solo él sabe a cuento de qué viene ahora zumbarle a una producción de la que casi nadie habla ya porque, como predica, los caprichosos y descerebrados amantes de la ficción serielizada ya estamos buscando otra producción que glorificar y con ‘Chernobyl’ tenemos el trabajo hecho desde hace semanas. Tal vez sea porque a pesar de sus libros, sus columnas y sus colaboraciones, también necesite cubrir su cuota de “hacedme casito”, la misma que demandaban aquellos que insistían en desprestigiar la producción porque no estaba rodada en ruso. Esa que reclaman aquellos que llegan tarde a un evento, tipos incapaces de dejar pasar la oportunidad que les da una columna semanal de vomitar su (ya) innecesaria opinión sobre el tema. El pan nuestro de cada día de señores que insisten en ver los fenómenos culturales que les son ajenos como el «pan y circo» de un pueblo incapaz de distinguir lo que es la excelencia cultural de lo que es una moda ridícula.

Cualquier aficionado al cine o la música sabe de lo que hablo, si disfrutas con superproducciones llegadas de Hollywood no mereces el mismo respeto que si te gusta el Dogma danés, y si te gusta el pop tienes menos cerebro que aquellos que se han decantado por el rock. El clasismo cultural ha existido siempre y tal y como llegó tuvo que desaparecer, porque el Dogma danés y las superproducciones, el pop y el rock han contribuido a construir el legado cultural de las generaciones que nos precedieron. Y dentro de unas décadas será imposible mirar atrás sin reconocer el peso que la ficción televisiva ha tenido en la formación cultural de millones de personas en todo el mundo.

Hasta hace no demasiado era el fútbol el que cargaba con el sanbenito de ser el opio del pueblo, ese entretenimiento que solo sirve para desatar lo peor que llevamos dentro y hacernos olvidar lo verdaderamente importante, sea lo que sea eso. Ahora, tal vez, sigue siéndolo, pero menos, porque el fútbol se coló en las universidades, en las tertulias y en las librerías de la mano de Valdano y otras cuantas plumas que supieron unir su pasión por unos colores a la escritura. Eso Juan Manuel lo sabe bien, porque él ha escrito libros y columnas en las que el fútbol son el centro de atención. A diferencia de nosotros, él no se encontró con aquellos que con su misma soltura pudieron decir que el fútbol quitaba tiempo a actividades mucho más culturales como la literatura, los museos o el cine. Él no dio con clasistas que, con la superioridad moral reservada a las personalidades más rancias, desprestigiaban su ocio y su inspiración simplemente porque no lo entendían o porque no formaban parte de él.

Qué suerte la tuya, Juan Manuel.

Primavera en los 80, verano en los 90


Gorbachov, corbatas anchas de rayas, cintas de cassete. Teléfonos fijos, gafas de concha, trajes de poliéster y lana. La primavera que estaba destinada a ser la del “apocalípsis tronero” está a punto de marcharse dejando en nuestra retina una estética ochentera difícilmente igualable, gracias a ‘Chernobyl‘. Hace unos días Netflix avanzaba un poco más en el tiempo, y con ‘Así nos ven’ nos trasladaba a los primeros pasos del “trumpismo”, la prensa amarilla y las bómber. Si alguien quería sacar la cabeza para señalar con el dedo la oscuridad comunista, ahí estaba uno de los mayores errores judiciales del país para mostrarle sus propias miserias.

La agenda de estrenos de series es un universo curioso. En cuestión de dos meses la “ficción” televisiva ha querido ajustar cuentas con dos hechos históricos muy diferentes pero similares en su nivel de bochorno institucional y desasosiego de la audiencia. Para los aficionados a las series de televisión en España, ésta distribución temporal es especialmente propicia. Porque en las próximas semanas algunos de nuestros fantasmas regresarán desde los años 90 para rendir cuentas, convertirse en la nueva conversación de la máquina del café y ocupar artículos y minutos de televisión.

La oferta televisiva no va a ser piadosa y, casualmente, ha escogido centrarse en dos de los referentes inmediatos cuando se trata de recordar hechos o personajes de la década. El crimen de Alcàsser y Jesús Gil. Morbo y telebasura, estridencias y más telebasura. El verano de 2019 nos va a pillar ajustando cuentas con un pasado cargado de imágenes de archivo en los que la nueva política difícilmente podrá ser abochornada, pero a la que, a la vista de ciertas verborreas, tal vez se le puedan encontrar paralelismos.

El pistoletazo de salida nostálgico lo dará mañana Netflix con ‘El caso Alcàsser’, cuatro capítulos que a través de entrevistas inéditas e imágenes de archivo recuperarán uno de los crímenes más mediáticos de la historia de este país. Aquel que terminó con la vida de Miriam, Toñi y Desireé, cuyos cuerpos no fueron encontrados hasta tres meses después de su desaparición. La historia de terror con la que cientos de padres trataban de aleccionar a sus hijas adolescentes antes de que saliesen de fiesta.

Apenas hacía un mes que la Expo de Sevilla había echado el cierre, y con así la sensación de que España atravesaba un buen momento, cuando las tres menores salieron de sus casas para ir a una discoteca cercana. Nunca regresaron. Aquella noche también se produjo el primer crimen racial en España, el de Lucrecia Pérez, pero los medios tuvieron muy claras sus prioridades desde el principio. Y el día que los cuerpos fueron encontrados, el 27 de enero de 1993, es para muchos “el día que nació la telebasura en España”.

Por aquel entonces Jesús Gil ya llevaba dos años en la alcaldía de Marbella, y seis como presidente del Atlético de Madrid. Todavía no había protagonizado uno de los momentos más bochornosos del fútbol español, cuando se peleó con Caneda a las puertas de la LFP, pero ya se las había visto con la justicia y había presentado su propio programa de televisión, ‘Las noches de tal y tal’ en Telecinco. Sí, ese programa en el que Gil hablaba de lo divino y lo humano, sin tener ni pajorera idea, rodeado de sonrientes mujeres en bikini.

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Habría sido muy jugoso que la producción ficcionase la vida de Gil, y alguien se atreviese a encarnar esa mítica figura a la que no le faltaron imitadores ni guiñoles. Pero ‘El Pionero’ también será una docuserie de cuatro capítulos que ofrecerá al espectador “material personal inédito y entrevistas exclusivas con personas clave” en la vida de su jugoso protagonista. Tan jugoso que no ha necesitado de nada más que de sí mismo para poner los dientes largos a los abonados de HBO y fanáticos en general.

Habrá que esperar al 7 de julio para comprobar cómo nos sienta volver a ver al hombre que transformó Marbella, que ganó tres copas del Rey y una Liga como presidente del Atlético de Madrid y terminó siendo imputado por varios delitos de malversación. Y así, antes de que llegue agosto, tendremos bien frescos en la memoria a las Mama Chicho y a Nieves Herrero, a Belloch y a Corcuera, a Villarejo y a quién sabe. Espero que tengáis bien enterradas vuestras carpetas de instituto, bien cubierta la retaguardia de Facebook y la paciencia a prueba de vampiros de energía, porque nos esperan semanas nostálgicas, en las que el “yo recuerdo” será más recurrente que el “yo hice”.

Lo más curioso es que este inesperado viaje a los 90 llega de la mano de dos compañías extranjeras con las que hace una década ni soñábamos. Ha tenido que ser Netflix la que venga a recordarnos que a la época más brillante, la de los Juegos y la Expo, le siguieron tiempos vergonzantes. Con Gil ha sido HBO, porque Telecinco no iba a hacerlo y en las otras nacionales iba «a quedar raro». Esto último, obviamente, también se aplica a la producción sobre el crimen. Antena 3, Telecinco y TVE no podían ser quienes tirasen la primera piedra, por mucho que Nieves se haya hartado ya de reconocer sus errores.

Preparen sus riñoneras, sus viejas camisetas de las Olimpiadas y sus frigopiés, porque nos esperan unas semanas enloquecedoramente melancólicas.

‘Juego de Tronos’: Las claves de ‘El Trono de Hierro’ T08E06


Pues ya estaría… A estas horas no viene a cuento ponerse trascendental, porque poco se puede decir ya que no se haya dicho en caliente tras el final de ‘Juego de Tronos‘. Y ya tendremos días para analizar en frío. Así que vamos al grano, por última vez, con los momentos más importantes de ‘El Trono de Hierro‘, el último episodio del fenómeno televisivo de la última década. (La noche está llena de terrores, y lo que sigue lleno de spoilers)

Weiss y Benioff nos hablan

Una de mayores aciertos  del último episodio es que Tyrion ha centrado buena parte del metraje, y en algunos momentos incluso nos recordó al viejo Tyrion, ese que te agradece la visita solo si le llevas vino. Para mí es el claro vencedor de la serie: ha sobrevivido a innumerables batallas y enemigos, no es desterrado a ningún escenario invernal y cuenta con compañeros que se encargan de destacar, en una reunión, la importancia de los prostíbulos. Pagará su condena, sí, pero lo hará en su propia casa dirigiendo el cotarro. No creo que pueda pedir más.

En la secuencia del Pozo Dragón, cuando Gusano Gris deja que se explaye, Tyrion se marca el siguiente discurso: “¿Qué une al pueblo? ¿Huestes? ¿Oro? ¿Banderas? Historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo puede vencerla. ¿Y quién tiene mejor historia que Bran el Tullido? El chico que se cayó de una torre y sobrevivió. Sabría que no volvería a andar, así que aprendió a volar. Cruzó más allá del Muro, un lisiado, y se convirtió en el Cuervo de los Tres Ojos. Es nuestra memoria, el custodio de todas nuestras historias, las guerras, bodas, nacimientos, masacres, hambrunas… Nuestros triunfos y nuestras derrotas, nuestro pasado. ¿Quién mejor para conducirnos al futuro?”

Es probable que esté perdiendo la cabeza por culpa del desenlace definitivo, pero me cuesta mucho no pensar que Weiss y Benioff hablan, en boca de Tyrion, de la propia serie y terminan justificando su desenlace. Primero señalando el poder de las historias, el fenómeno que han creado, para terminar resumiendo su esencia. Es la caída de Bran la que desata los desencuentros entre los Stark y los Lannister, y la que también está relacionada con el fin del Rey de la Noche. Así que han elegido a uno de los más improbables, pero también de los más evidentes. Y de los que menos ha trabajado en los últimos episodios también.

Los señores del Pozo Dragón

La reunión que ha quedado marcada por las botellas de agua nada tenía que ver con la que vimos en la séptima temporada. Muchos de los que vimos entonces han fallecido en los últimos capítulos, y otros han pasado a ser los únicos señores de su casa. Y por eso, como colofón final nos encontramos a Samwell Tarly, Edmure Tully, el pequeño Robin Arryn, que ahora ya es un hombrecito, Yohn Royce, Gendry Baratheon como nuevo líder del Bastión de las Tormentas, Brienne de Tarth y Ser Davos. Pero también nos encontramos cuatro caras nuevas, de las que se desconoce su identidad, aunque el que está sentado a la izquierda de Yara sería, por su vestimenta, el nuevo príncipe de Dorne.

El destino de Arya

La joven Stark cerró su participación en la serie siendo la asistente de su hermano Bran, y no la mortífera luchadora a la que ya nos habíamos acostumbrado. Al pesar de no ver cumplida la profecía de Melissandre, los fans de la serie tuvimos que sumar verla partir hacia lo desconocido. Poco se sabe de lo que hay al oeste de Poniente, según el universo creado por George R. R. Martín. Precisamente un antecesor de Arya, Brandon el Armador, navegó más allá del mar del Ocaso, según le cuenta Bran a Meera y Jojen en el libro “Tormenta de Espadas”. Sin embargo, nunca regresó.

Según los expertos en la materia, existen testimonios de hombres que hablan de tierras en las que no existen los inviernos, ni tampoco la muerte, pero nunca le tomaron en serio. También hay constancia de una expedición que descubrió tres pequeñas islas en el Mar del Ocaso, pero poco se sabe del tipo de vida que se lleva en ellas. Y ahora mismo, lo que más apetece es que una de esas series derivadas de ‘Juego de Tronos’ se centre en las aventuras de Arya al este de Poniente. Ya, ya sé que han dicho que serían precuelas, pero soñar sigue siendo gratis.

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La visión de Daenerys

Tal y como parecía probable después de la que montó la semana pasada, en el último capítulo de ‘Juego de Tronos’ vemos a Daenerys paseando por la sala del Trono de Hierro. Una imagen muy similar a la que vimos durante su sueño en la casa de los Eternos, aunque con más destrozos. En ese sueño, la joven llegaba al Trono y al tocarlo se encontraba con “Garra”, la espada de Jon Nieve, y después se reencuentra con Khal Drogo y su hijo, que por aquel entonces ya estaban muertos.

A la vista de cómo se desarrollan los acontecimientos, y lo que termina pasando cuando aparece Nieve en escena, me cuesta entender que la que no arde, la rompedora de cadenas, la Reina de los Ándalos y demás cargos no supiera interpretar que su sobrino iba a apartarla del Trono en la misma sala del Trono. Si se lo hubiese olido, y acabado con su examante, Arya podría haber cumplido la profecía. Claro, que probablemente Drogon no habría sido tan comprensivo con una Stark como lo fue con un Targaryen, Y mejor Arya viva, claro.

Dos pegas que no perdonaré

Tyrion no fue el único que recuperó viejas costumbres, y en algunos momentos Sansa pudo recordar a algunos a la niña mimada de las primeras temporadas. Es cierto que esa niña ya vaticinó que, “algún día” sería reina, pero los modos no han sido los mejores. Lejos de respaldar a su tullido hermano deja claro a todos los presentes que no sirve para procrear. Y sin demasiada explicación, aunque todos han contribuido a limpiarle la casa de Caminantes Blancos, decide seguir por libre en su querida y nevada Invernalia.

Tampoco termina de convencerme el cierre de Brienne, aunque eso viene de algunos capítulos atrás. Con el corazón en la mano,  a pesar de saber que el presupuesto en Kleenex se habría disparado, llevo varios días convencida de que hubiese preferido verla caer en la batalla de Invernalia. Algo que por otro lado, creí intuir en la oscuridad varias veces. Desde entonces ha sido el juguete de Jaime hasta que fue hora de que el manco regresase a casa, sin necesidad. No le quito mérito a la secuencia de anoche, en la que ella es la escriba de la biografía del quien le nombró caballero. Pero la ternura se torna en cabreo cuando llega la secuencia de la reunión del “consejo de Gobierno”. Brienne está allí para llamar a Ser Podrick, y que se lleve a Bran, y para apuntar que “los barcos son más prioritarios que los burdeles”. Es de la única de la que no conocemos su nuevo cargo, aunque hay tiempo de sobra para las payasadas de Bronn.

Está bien que Benioff y Weiss hayan tenido tiempo en el último episodio de dejar claro que ‘Juego de Tronos’ no es, y nunca fue, una serie feminista.

‘Juego de Tronos’: El cliente no siempre tiene la razón


Cuando era estudiante de la Escuela de la Hostelería de Vitoria tuve un profesor que insistía tanto en que las bayetas no oliesen a váter como en que el cliente no siempre tenía la razón. Ambos comentarios llegaban seguidos de risas, pero en el segundo caso eran algo nerviosas. Los alumnos temíamos ese momento en el que el que paga protesta porque el servicio, la comida o el ambiente no son de su gusto. Con los años, y la experiencia, pude comprobar que los empeños de mi profesor no eran manías de la edad, y tan importante era tener bayetas limpias (lo es) como dibujar la línea que divide la protesta legítima de la queja irracional. Reclamar porque la comida estaba fría era una crítica comprensible, decir que el cocido no sabe como el de tu madre, no.

Comenzar mi carrera laboral también me permitió convertirme en cliente, porque ganaba mi propio dinero, pero no en el mismo cliente que era antes de pasar por la Escuela. La experiencia en horas punta de comidas en barrios obreros, en barras de bares de copas o en la mítica BBC (bodas, bautizos y comuniones) me permitió desarrollar un ojo crítico a la hora de prever el éxito de mi reserva o descartar la experiencia desde el local de enfrente. Y también me enseñó a comprender que, muchas veces, los camareros solo son actores involuntarios de un desastre generalizado e inevitable.

En cafeterías y bares, esos lugares que lo mismo viven de clientes de paso que de parroquianos, no fue difícil encontrar habituales que me llamasen por mi nombre, normalmente amigos o familiares del dueño. Esos que esperaban en la barra “a que el jefe acabe” y mientras este cuadraba las cuentas en el almacén-oficina hacían comentarios sobre cómo había ido la noche, la clientela o “cómo está el suelo de mierda”. Proyectos de futuros señoros, que te aconsejaban como colocar las botellas, o limpiar las copas, mientras te deslomabas encajando las cajas de la Coca-Cola. Habituales que no tenían un diploma en casa como yo, pero sí más experiencia en ese lado de la barra. El hábito (alcohólico) diario que les permitía tener confianza suficiente para darte consejos sobre cómo hacer tu trabajo. Aunque la mañana siguiente les tocase atenderte en la carnicería que regentaba su padre.

Espero que me disculpéis las batallitas hosteleras pero llevo tres días tratando de digerir las discrepancias surgidas por el último capítulo de ‘Juego de Tronos’, especialmente en las redes sociales. Sí, ya lo sé, son lugares del demonio sin los que se puede vivir, pero qué le voy a hacer. Me guste o no, son parte de mi vida, me sirven para conocer gente, para estar informada, para saber más sobre aquello que me interesa. El caso es que este pozo de sabiduría y socialización se ha convertido en las últimas semanas, y especialmente en los últimos días, en un lugar en el que una opinión ha dejado de ser una opinión y se ha convertido en una ofensa.

Algunos se han ofendido porque otros han dicho que no le gusta lo que han hecho con el guion, y ridiculizan al discrepante aludiendo a su experiencia (sea del tipo que sea) en la materia. Los que han expresado su disconformidad con el fin de algunos personajes, han recibido como respuesta un cariñoso “no lo has entendido, dedícate a otra cosa”. Y tampoco han faltado los que apelan a cuestiones sociológicas y generacionales para justificar la disconformidad. “La serie no ha empeorado, sois vosotros, criaturas caprichosas las que estáis deseando poner pegas a esta obra de los dioses”.

Así que HBO tiene una clientela muy amplia (hasta la semana que viene) entre la que encontramos a parroquianos que disfrutan del giro a gastro-taberna especializada en cerveza artesanal que ha dado el bar de abajo, y aquellos que no faltan a la cita, pero echan de menos los tiempos de las servilletas de papel y las cañas tiradas como antaño. Tampoco faltan los que se arremolinan en la puerta y discuten si en realidad el cambio de mesas bajas por altas es suficiente para pasar a ser una gastro-taberna. Todo sirve para discrepar, para creer que se tiene más razón que el otro, para justificar la pataleta y para criticar la desazón. Porque el derecho a que no nos gusten las cosas también se ha borrado de donde fuera que estuviese escrito.

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Curiosamente, mientras esto sucede, más de medio millón de personas han firmado un documento en el que piden a HBO que rehaga la octava temporada de la serie. Solicitan a su plataforma de series que coja el producto que le ha costado casi cien millones de dólares y lo rehaga, porque no es de su gusto. Desconozco si cada uno de los firmantes ha dejado escrito cómo sería un producto de su completa satisfacción. Y aunque algunos critican que la humanidad se una para estas cosas, y no para cambiar el mundo, no es la unión lo que debería preocuparnos. Es el medio millón de criaturas que creen que su disgusto bien vale una reescritura de guion, y todo lo que eso supone. Aunque seguramente todos estén dispuestos a donar de su bolsillo el presupuesto necesario para rodar la versión que crean conveniente. Claro que sí.

No hace tanto HBO eran las siglas de un lugar exclusivo que todo el mundo quería visitar, el local en el que ibas a encontrarte esas caras que te alegran la velada y la hacen más interesante. Ahora, dependiendo de la temporada, se ha vuelto un garito muy concurrido, en el que al final de la noche demasiadas voces dan consejos sobre el producto que hay que utilizar para limpiar los frontales de las neveras, según su variada experiencia. Una jaula de grillos que no ha empeorado por su diversidad, sino por el deseo de discrepar con el que cada noche llegan muchos «coleguitas» del jefe.

Todos hemos visto muchas series, y hecho muchas tortillas, hemos llorado personajes o pedido papel higiénico al camarero de turno. Y nos parecerá mejor o peor que las producciones se alarguen innecesariamente, que falten huevos o esté poco cuajada, que maten a los protagonistas o que entre sus cien mil tareas no haya recordado revisar el nivel de celulosa de los baños. Pero toda nuestra experiencia no nos da derecho a decirle a nadie cómo tiene que hacer su trabajo. Ni tampoco a acosar o despreciar a aquel que sanamente opine que ese trabajo está mal hecho.

‘Juego de Tronos’: Las claves de ‘Las Campanas’ T08E05


Fuego de dragón, hombres clavándose la espada con saña y muertes de renombre. ‘Juego de Tronos‘ se acerca a su desenlace y para introducirnos en los 80 minutos finales ha derrochado acción, cadáveres y destrucción. La tradición necrológica de la serie en los penúltimos episodios se ha cumplido, y ‘Las campanas‘ ha dejado un panorama muy renovado por Desembarco del Rey que no me resisto a comentar, aunque a estas alturas ya no queden claves que señalar. (La noche está llena de terrores, y lo que sigue lleno de spoilers).

Khaleesi, rompedora de principios

En el quinto capítulo de la séptima temporada, no hace tanto, y ya sin la mano de Martin de por medio, Daenerys dio un bonito discurso antes de asar a la parrilla al padre y al hermano de Sam… “Sé lo que Cersei les ha dicho. Que he venido a destruir sus ciudades, quemar sus casas, a asesinarlos y dejar huérfanos a sus hijos. Esa es Cersei Lannister, no yo. No estoy aquí para asesinar, lo único que quiero destruir es la rueda que camina sobre ricos y pobres para beneficiar únicamente a las Cersei Lannister del mundo”.

Dicen los puristas, los que aún tienen fe en Benioff y Weiss y aquellos a los que les molesta la frustración de los insatisfechos, más que la narración que nos ofrecen, que Daenerys tiene derecho a estar cabreada, porque han matado a su dragón y a su criada y un memo dice que tiene más derecho que ella al Trono. Yo no discuto que esté cabreada con razón, incluso puede que, como todos, tenga derecho a renunciar a sus principios, porque todos evolucionamos. Lo que me molesta es que las prisas nos dejen sin argumentos de peso, y donde antes había una señora que perfectamente podía escribir un alegato político creíble, ahora nos encontramos a una mujer enfadada e irracional. Esa que ella decía no ser. Que los creadores hayan dicho que la masacre ha sido una decisión «espontánea» tampoco me parece consuelo.

Las teorías a medias

Siguiendo con el repaso a las temporadas previas, en la quinta, y a través de un flashback, ‘Juego de Tronos’ nos contó la profecía de Maggy la Rana según la cual Cersei moriría a manos de su hermano menor, después de casarse con un rey y ver fallecer a toda su descendencia. Llegada desde los libros de Martín, la profecía terminaba con “cuando tus lágrimas te hayan ahogado, el valonqar (hermano pequeño) envolverá sus manos sobre tu garganta pálida y ahogará tu vida”.

La profecía en realidad no se cumple del todo, puesto que Jaime agarra del cuello a su hermana y amante pero poco tiene que ver con su muerte. Al igual que Tyrion (que es en realidad el hermano menor), Jaime hace todo lo posible por sacar a su hermana de la Fortaleza Roja, pero el carácter de ella y el caos que ha sembrado Daenerys lo impiden. Cersei, que trató con desprecio a su hermano Tyrion por culpa de la profecía durante toda su vida, muere tras la caída del lugar que nunca había sido derrotado. Siete temporadas de tensión para que la señora desaparezca tras una nube de polvo, la evidencia más dolorosa de la caída de su imperio.

Otra de las teorías más longevas de la producción que ha regresado este episodio ha sido la de las visiones de la Casa de los Eternos. Durante su estancia en Qarth, Daenerys tuvo unas visiones que le llevaron a recorrer la Sala del Trono de Hierro, una estancia en ruinas que parece cubierta de nieve y en la que está a punto de coger la espada de Jon. Sin embargo, algunos ya señalan que lo que creímos nieve, en realidad son cenizas, un elemento tan unido a la naturaleza de la madre de las dragones como el fuego. La presencia de Garra en el Trono simbolizaría además que Nieve se le habría adelantado en su derecho a sentarse en él. Para lo que pocos tienen explicación es para el resto de su visión, en la que se encontraba con Khal Drogo y su hijo.

Los restantes

La ventaja de hacer escenas de lucha nocturnas es que, como se puede ver en el making of, nunca sabes en realidad cuánta gente hay en la escena. Fuimos muchos los que creímos, en el primer ataque de los Dothraki a los Caminantes durante la Batalla de Invernalia, que la táctica bélica había acabado con abnegados luchadores de Khaleesi. Y otros tantos los que en el quinto episodio, no antes, hemos descubierto que estábamos equivocados.

Apenas se les vio en los multitudinarios funerales (igual es que estaban todos en la enfermería), no teníamos constancia de ellos en las escasas imágenes de Nieve y Davos con las tropas, ni en el encuentro en el secarral del cierre del episodio anterior. Pero qué alegría ayer cuando aparecieron de nuevo esas hoces, bien afiladas, esos caballos, raudos y veloces, esas melenas y esos gritos guturales que parecen hacer de ellos unos luchadores más bravíos. Qué alegría, porque hasta ayer, no eran más que los “Dothraki restantes” y una ya pensaba que no volveríamos a verlos.

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El caballo no era Bran

Ocho temporadas teorizando han hecho verdadera mella, y desde que terminó el episodio son muchos los que se preguntan si el caballo blanco sobre el que Arya abandona Desembarco es su hermano Bran. Sería una buena noticia que el Cambiapieles (que tiene la posibilidad de introducirse en el cuerpo de los animales) hubiese hecho algo útil en la octava temporada, pero parece que hay que descartar la idea. El caballo blanco, simplemente, era la bestia que montaba Harry Strickland, el líder de la Compañía Dorada al que pudimos ver justificando la ausencia de elefantes en el primer episodio de esta temporada. Símbolo de la pureza y la nobleza, resulta llamativo que el animal que montaba el hombre llamado a salvar a Cersei termine en manos de la joven que estaba convencida de matarla.

Parte de bajas

Entre batallas, venganzas y disputas personales ‘Las campanas’ es uno de los episodios más sangrientos de ‘Juego de Tronos’. Al esperado, y profetizado, adiós de Varys le siguen los de Euron, Qyburn, los hermanos Clegane y los mellizos Lannister. Con estas bajas Yara, Sam y Tyrion se convierten en los últimos representantes de los Greyjoy, los Tarly y los Lannister. Y la joven Arya pone a cero su contador de muertes pendientes… ¿O no?

Arya y los ojos verdes

Según la letanía que Melissandre pronunciaba cada vez que se encontraba con la más joven de las Stark, aún le quedaría una víctima pendiente. “Ojos marrones, ojos verdes y ojos azules” le dijo en ‘La Larga Noche’. Los deseos de ver el rostro desencajado de Cersei ante su próximo final, nos llevaron a pensar a muchos que Arya tacharía ese nombre de su lista. Pero entonces no tuvimos en cuenta que podía morir siendo una víctima colateral de la furia de Daenerys, ni el color de los ojos de ésta. Verdes, por supuesto.

‘Mrs. Wilson’: las batallitas que vivió la abuela por culpa del abuelo espía


En 2007, tres años antes de que el mundo entero le conociese por ser “la de ‘Luther’”, Ruth Wilson conoció a buena parte de su familia paterna. Hasta entonces el tío Gordon, su mujer, y sus hijos eran todos los miembros que su padre Nigel aportaba a la cena de Navidad. Pero desde aquel año la cifra creció hasta límites insospechados. La culpa la tenía el abuelo Alexander, que lejos de cometer una fechoría en aquel momento, había fallecido en 1963.

Tal vez, en aquel multitudinario encuentro, Ruth Wilson ya se imaginó haciendo de la historia de su familia una ficción audiovisual. Doce años después, no solo lo ha logrado, sino que además ha encarnado a su propia abuela en pantalla. Un lujo que una solo se puede permitir cuando es una gran actriz y además tiene una gran historia entre manos. El resultado de esta personalísima apuesta es ‘Mrs. Wilson’ una miniserie de la BBC que ya podemos disfrutar en España gracias a Filmin.

Compuesta por tres episodios, ‘Mrs. Wilson’ arranca el 4 de abril de 1963, el día que falleció Alexander Wilson. Interpretado por Iain Glen (‘Juego de Tronos‘) este espía, oficial del MI6 y prolífico escritor de novelas vivía por aquel entonces en Ealing, junto a sus hijos Gordon y Nigel y su mujer Alison. Fue ella quien lo encontró tirado en el suelo de su dormitorio y quién luchó, sin suerte, por devolverlo a la vida. Cuando pudo recomponerse, telefoneó al padre Timothy, a la funeraria y al número que Alexander le había pedido que llamase si ese momento llegaba. “Gracias por hacérnoslo saber, actúe con normalidad (…) Es todo lo que necesitamos de usted” contestaron al otro lado de la línea.

Aquella misma noche Alison abrió la puerta con la esperanza de que fuese otra muestra de simpatía de sus vecinos ante la pérdida, y se encontró con una señora que le confundió con la “casera” de su difunto marido. “Soy su mujer” aclaró “la sra. Wilson, Alison Wilson”. Cuando su desacertada interlocutora se recuperó del shock procedió a presentarse. “Soy Gladys Wilson, la mujer de Alec”. La sorpresa en ambas fue tal que Alison incluso se tomó la libertad de corregirle y decirle que en todo caso era su “exmujer”, algo que Gladys descartó.

Apenas habían pasado unas horas de la muerte del hombre con el que había compartido las últimas dos décadas y la incertidumbre comenzaba a apoderarse de sus recuerdos. Para impedirlo, Alison recurrió a las decenas de documentos que Alexander guardaba en casa. El pistoletazo de salida de una inagotable lucha contra los elementos, y la burocracia, por conocer quién era, en realidad, el padre de sus hijos.

MRS WILSON_Ruth Wilson as Alison and Iain Glen as Alec © Snowed-In Productions and all3media int (2)

En casi tres horas ‘Mrs. Wilson’ construye un interesante relato de misterio e intriga que es, en realidad, una emocionante historia de superación. El suspense lo pone la profesión de Álex, pero también la de Alison, ya que comenzaron su relación cuando trabajaban en las oficinas del Servicio de Inteligencia. Y él le doblaba la edad a ella. Precisamente es el trabajo lo que utiliza Álex para construir sus propias realidades paralelas, esas que llaman a tu puerta cuando deja de llegar el dinero, y con ello sus mentiras. Una espiral inacabable que a día de hoy todavía aguarda numerosas respuestas, aún clasificadas en archivos “sensibles”.

El coraje y la valentía de esta historia llega de la mano de la señora que da nombre a la serie, una mujer inquebrantable que prefirió conocer la verdad, por dura que fuese, a vivir aferrada a unas bellas fotografías. Ruth Wilson se pone en la piel de su abuela para explotar su vena dramática, dejar de lado su vis misteriosa y seguir tirando de carácter. El resultado alcanza el nivel al que acostumbra la intérprete, acompañado además por la calidad propia de las producciones de la cadena pública británica. Una miniserie tan atractiva como breve, en la que el espectador no tarda en sentir la causa de la heroína, su necesidad de respuestas, como la suya propia. Porque Alexander Wilson llevará más de medio siglo muerto, pero su capacidad para seducir con sus historias permanece inalterable.

‘Juego de Tronos’: Las claves de ‘El último de los Stark’ T08E04


Señoras, señores… Esto se acaba… Ya solo nos quedan algo más de dos horas para despedir ‘Juego de Tronos’ y tal vez ya hemos visto a algunos personajes por última vez. O por lo menos eso parecía, ¿verdad Fantasma? Mientras nos enjuagamos las lágrimas por la fría despedida, y nos preparamos para lo que parece otra “batalla final” vamos a analizar los momentos más importantes de ‘El último de los Stark’. (La noche está llena de terrores, y lo que sigue, lleno de spoilers. Tu sabrás)

“Esa no soy yo”

En nuestro repaso semanal por la primera temporada de la serie y su relación con la última entrega nos encontramos de nuevo a Arya Stark. En esta ocasión, la heroína de Invernalia, por mucho que le pese, recupera con Gendry una conversación que ya tuvo con su padre en Desembarco del Rey. Ante la proposición de matrimonio, y la posibilidad de convertirse en la señora del Bastión de las Tormentas, la Stark le responde, tras besarle: “Serás un gran señor y cualquier mujer será feliz de tenerte, pero yo no soy una dama, nunca lo he sido, yo no soy así”.

En el cuarto capítulo de la primera entrega, mientras la joven entrena su equilibrio, charla con su padre de su hermano, convaleciente en Invernalia, y le dice que cuando sea mayor quiere ser “Señor” como él. Su padre se ríe, le besa en la frente y le dice que algún día se casará con un señor, y sus hijos serán príncipes. “No, esa no soy yo” le aclara, al estilo Mari Trini, antes de levantarse para seguir entrenando. En realidad, como pudimos ver en la séptima temporada cuando reaparece Nymeria y Arya le pide que le acompañe a Invernalia, la joven comprende mejor que nadie que en la naturaleza de su lobo huargo no está convertirse en un animal doméstico, al igual que ella nunca será una “señora de”.

Sansa sabe lo que hace

Arya también sabe que en ese papel encaja mucho mejor con su hermana, que lleva un tiempo ejerciendo como tal. Y aunque podría parecer que Sansa ha cometido un terrible error al contarle el secreto de Jon a Tyrion, la verdad es que lo ha hecho con toda la intención. Tal y como aclaran los creadores en el making off del episodio, la mayor de las Stark sabe que el Lannister no tardará en revelárselo a Varys, y juntos maquinarán cómo resolver el entuerto de una manera mucho más efectiva que su “hermano-primo”.

O como dice Varys, sabiéndolo 8 personas ya no es un secreto, sino una noticia, por lo que cada vez hay más posibilidades de que la procedencia de Nieve sea la comidilla de todo Poniente. Cómo la propia Sansa reconoce al Perro, si no se hubiese topado con Meñique y Ramsay “probablemente sería un pajarillo toda mi vida”. Así que ahora se dedica a poner en práctica lo que aprendió de ellos. Afortunadamente, más del primero que del segundo.

Madres del año

Mientras esperamos la batalla de las “señoras desquiciadas” nos centraremos en el pobre balance vital de la descendencia de ambas aspirantes al Trono de Hierro. La última en sumar un nuevo nombre a la lista de familiares fallecidos ha sido Daenerys, que tal vez debería haberse preocupado por saber un poco más sobre la protección de sus criaturas, ya que contaba con la bibliografía necesaria. Apenas hemos tenido tiempo de ver que Drogon había sobrevivido a la Batalla de Invernalia y Euron se lo ha llevado por delante de la manera más cruel. Así que solo nos queda Rhaegar, y yo a estas alturas no daría ni un céntimo por su supervivencia.

Al otro lado de la contienda está Cersei, intentando convencernos a todos de que está embarazada. Ya no recuerdo cuántos capítulos llevamos jugando con la posibilidad de que esté encinta, primero con sus hermanos, luego con su amante. Lo peor de la confirmación del embarazo es que llega de Qyburn, “creador” de la criatura en la que se ha convertido La Montaña. Cuando Euron le mira buscando una confirmación y él asiente con la cabeza… ¿Responde lo que sabe que Euron quiere o hay algo más? ¿Se ha limitado a seguir las órdenes de la reina o ha tenido algo que ver en la criatura que Cersei dice que llegará?

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El cameo y el café

David Benioff y D. B. Weiss no han podido evitar la tentación de salir en su propia serie, otra vez. Si ya pudimos verlos en el Salón de los Rostros de Braavos, en esta ocasión, los creadores de la adaptación televisiva han aportado algo más de expresividad en su participación. Como podemos ver en la imagen superior ambos se convirtieron en Salvajes para celebrar con Tormund (Benioff es el que está detrás) la victoria de la noche anterior.

En la escena, mientras el pelirrojo deslenguado alaba las virtudes de Jon Nieve para subirse a un dragón, vemos en segundo plano a Daenerys, observándolos con desagrado. Y entre ellos, el vaso de café del Starbucks (según algunas fuentes) que ha desdibujado el trabajo de producción que durante siete temporadas había sido intachable. Ya hay quien señala que si los directores no hubiesen estado “pelotudeando” (con Nieve ocultándoles el vaso involuntariamente) tal vez esto no habría pasado.

Las señoras desquiciadas

‘El último de los Stark’ ha comenzado con un funeral que como mandan los cánones ha derivado en una fiesta. El problema es que con tanto corazón roto y tanto deseo de ahogar las penas en alcohol, por momentos parecía un baile de promoción. Cuando los protagonistas han recuperado sus obligaciones y han llegado a Desembarco del Rey para acabar con su «otro» problema, la historia ha derivado en el aperitivo de la batalla de las “señoras desquiciadas”. O de las “Reinas Locas”.

Que Cersei no está en sus cabales no es nada nuevo desde hace tiempo, pero la deriva irracional de la madre de los dragones resulta preocupante. Los aires de grandeza y su fe en el destino son de sobra conocidos desde hace tiempo, pero la historia ha puesto todo de su parte para que Daenerys cumpla con lo que se espera de su linaje y acabe perdiendo la cabeza. Solo la muerte de Tyrion en esa escena final, en la que finalmente fallece la colateral Missandei, habría cabreado más a la aspirante al trono de Hierro que la de su fiel amiga. Pero el desagrado de la joven se fragua a lo largo de todo el episodio, desde que Tormund exclama que para subirse a un dragón “hay que ser rey o estar loco”, hasta que pierde a Drogon, pasando por el encuentro con Nieve, en el que es evidente que la procedencia de este ha perjudicado su relación.

A la vista del tráiler, y con Jon ya en Desembarco, parece difícil que la ira de ambas no termine derivando en una batalla campal con más víctimas de las necesarias, es decir, cualquiera que no sea Cersei. Si alguien puede (y quiere) impedirlo, ese es Varys, pero ya sabemos que  la Bruja Roja auguró que moriría en tierra extranjera. Y qué mejor momento para hacerlo que una batalla en la que saber demasiado te convierte en un enemigo dentro de tu propio bando. Así que lo único que parece seguro es que en el penúltimo episodio de ‘Juego de Tronos’ despediremos a unos cuantos. O no, que ya me había olvidado de ‘La Larga Noche’.